Llegas del campo, creyendo que las calamidades fosilíferas han dejado de ocurrir, y que te sentarás feliz en tu silla, abrirás cada paquete, caramelo, bocadillo o momia, y todo saldrá bien. Te imaginas ya limpiando, consolidando, pegando las partes y reintegrando cada hueso, saboreando el trabajo bien hecho. ¡Pero nada más lejos de la realidad!

Siempre te va a faltar algún material o producto. Podrás creer que tienes pegamento, consolidante, acetona, algodones, cepillos de dientes y percutores, pero seguro que se te ha olvidado algo. Si no es la acetona, será hacer más consolidante, y si no, seguro que el compresor no está encendido. Eso es así. De hecho, el ritual de cada mañana consiste en llegar, ponerte la bata, ponerte los guantes, gafas y mascarilla, y encender el percutor para continuar limpiando esa vértebra preciosa o el curioso hueso largo cuya superficie aun no está visible. Tras unos minutos de sopor, en los que has estado percutiendo la roca cercana al hueso sin cargártelo de puro milagro, empiezas a pensar dos cosas: 1) ¿y si uso un percutor para limpiarme las legañas? Y 2) Este percutor tiene poca fuerza. Entonces valoras tus opciones y decides que el percutor va flojo porque necesita aceite. Y solo después de 10 minutos caes en que el compresor está apagado desde ayer…

OK, enciendes el percutor, te limpias la cara y sigues trabajando, pero entonces te das cuenta que estás tragando y respirando marga o arenisca, por no hablar de los vapores de acetona… ¿porqué será? A lo que te das cuenta que no te has vuelto a poner la mascarilla. Vale, me la pongo, sigo trabajando, emocionado al ver asomar cada vez más superficie de hueso, y de repente… zas! Una piedrecita en el ojo. ¡Burro! ¿Y las gafas de protección? Otro lavado de cara, colirio, gafas y a seguir avanzando. Entonces ves que todo marcha sobre ruedas, te confías, y de repente das con una zona de roca más dura. “Conmigo no puedes” te dices, y subes la fuerza del percutor, arremetiendo contra la roca como un enano contra los goblins que han tomado su mina. Es entonces cuando ves horrorizado, y a cámara lenta, cómo la roca se ríe del percutor y este pasa de largo, haciendo una flamante y preciosa marca en el hueso.
Primero, te acojonas. Así de claro. Así que creyendo redimirte y curarte en salud, consolidas el hueso, con la esperanza de que, de haber una próxima vez, éste se será más fuerte y aguantará como un machote. Y justo en ese momento, pasa alguien a ver cómo te va. En el mejor de los casos, será un compañero, en el peor, tu profesor, jefe, director o tutor. Sea quien sea, no se fijará en el hueso que has destapado, sino que su mirada irá directa a la nueva y flamante marca de percutor. Y entonces pronunciará esas malditas palabras: “¿esa marca ya estaba?”.
(Continuará…)

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2 comentarios

  1. Por supuesto que se van a fijar en la marca que se ha hecho con el percutor, podría ser la evidencia de algún organismo, o la de algún «animal» con el percutor,jeje.

    Son cosas que suelen pasar a quien trabaja en este tema, a un abogado seguro que no el pasa.

    Ciao

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