El estudio del comportamiento en paleontología es un quebradero de cabeza: porque, al fin y al cabo, los comportamientos como tales no fosilizan, y todo lo que tenemos son huesos, dientes, marcas, huellas y, muy de vez en cuando, impresiones d tejidos blandos. No obstante, he puntualizado que «los comportamientos como tales» no fosilizan. Porque sus consecuencias a veces si: las huellas y marcas no dejan de ser el último vestigio que nos queda del modo de desplazamiento y acciones efectuadas por bichejos que hace mucho tiempo que dejaron de deambular por la Tierra.
Para nosotros, que vivimos envueltos en juegos desde que nacemos hasta que morimos, esta clase de comportamientos son normales. Incluso entre mamíferos: estamos acostumbrados a ver a nuestros gatetes y perretes jugar. Pero… ¿Y más allá de los mamíferos? ¿Los otros animales juegan?
El juego no es un comportamiento del que dependa nuestra existencia. No nos alimenta ni ayuda a reproducirnos. Por ello, cabría pensar que no tiene por qué manifestarse, ya que no aumenta en absoluto nuestra eficacia biológica. En Etología (el estudio del comportamiento animal) se considera como la principal función del juego el preparar al individuo para el futuro, participando en la mejora del control de sus movimientos y comportamientos. En este sentido, si que tiene una función en animales jóvenes. ¡Pero seguimos observándolo en animales adultos! Otra explicación que se le da es que es el modo de explorar objetos novedosos. Y, como tal, tiene una inherente sugerencia de un atisbo de inteligencia. Tales comportamientos, además de en mamíferos y aves. se han llegado a manifestar en pulpos. ¡Y es que los cefalópodos son animales también muy inteligentes!
Hasta ahora no había registro fósil de estos comportamientos, pero es posible que esto esté a punto de cambiar: el paleontólogo Bruce M. Rothschild acaba de publicar en la revista especializada en comportamiento animal «Ethology Ecology & Evolution» una propuesta: los tiranosaurios podrían jugar. ¿En qué se basa su hipótesis? En que muchas veces las marcas de los dientes de estos dinosaurios carnívoros, sobre todo sobre ceratopsios (Triceratops y sus parientes) no obedecen al patrón de alimentación, depredación y carroñeo. Y que, por lo visto, son semejantes a las atribuíbles a comportamientos de juego en carnívoros actuales.
Una vez más, no olvidemos que se trata de una hipótesis de trabajo. Resulta razonable esta explicación, pero probablemente jamás podamos comprobarlo. A menos que viajemos al pasado. O a Isla Nublar.
Referencia completa:
Bruce M. Rothschild (2014) «Unexpected behavior in the Cretaceous: tooth-marked bones attributable to tyrannosaur play.» Ethology Ecology & Evolution (advance online publication). DOI:10.1080/03949370.2014.928655
http://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/03949370.2014.928655#.VAH5z_ldXTo
Qué bien lo explicas!!! Yo creo que todos los animales juegan desde que son crías con sus madres y, es lógico pensar, que con los de su mismo tamaño y misma especie también. Me ha encantado 🙂